El autógrafo más valioso
¡Bola en mano! El interés o la manera de ver el mundo deportivo cambia radicalmente a través de la vida de un hombre. Cuando niños buscamos en los atletas a ese súper héroe que puede brincar más alto que los demás, que puede correr más rápido que nadie o aquel que se impone con más fuerza sobre el otro. Luego comenzamos la etapa de coleccionistas y memorizamos números, estadísticas, fechas y eventos, organizándolas en nuestra colección de tarjetas o recortes de periódicos. Muy seguido de esta etapa llega la era del empresario, en donde vemos toda nuestra memorabilia como un negocio y nuestro mayor interés durante un juego es conseguir que la estrella del momento te firme una bola, una gorra, una tarjeta, que te firme lo que sea. Luego comienza la época del deporte como recreación, ese espacio sagrado de compartir con los amigos y alejarse de las esposas por unas horas. Finalmente, ya de viejos, volvemos al principio y buscamos en los atletas esos súper héroes que nunca llegamos ser.
Hace un poquito más de 10 años me encontraba en mi etapa de “empresario” y recuerdo que dejaba el pellejo buscando el autógrafo más cool. De esa época guardo mi gorra de Santurce firmada por Juan “Igor” González y Hector “Porky” Villanueva, tarjetas firmadas por Igor, Sierra, Baerga, bolas firmada por Javy López, el equipo nacional cubano de los 90 (dónde militaban El Duque Hernández y José Contreras), taquillas de eventos boxísticos firmadas por Tito Trinidad, una bandera de Puerto Rico firmada por Daniel Santos, y las firmas más atesoradas como la de Charles Barkley, Magic Johnson y Roberto Alomar (mi atleta favorito de todos los tiempos). Sin embargo ninguna de estas firmas es tan valiosa como aquella que conseguí en un juego de exhibición de los 12 magníficos. De entre una multitud de chamaquitos, mi padre me haló por el cuello de la camisa y me dijo: Ven, te tengo un autógrafo. Emocionado pensé que papi había logrado acceso a un lugar donde los grandes jugadores firmarían mi boleto. Sin embargo llegué hasta donde un hombre, alto, algo lento y de un torpe caminar. Alrededor de él varios “viejeagers” le saludaban mientras el gigante sólo sonría. Algo insolente pregunté decepcionado, “¿quién es este?”, a lo que mi padre sólo respondió “un gran hombre.” Aunque las personas a su alrededor querían sacarlo rápidamente del Coliseo Roberto Clemente, el gigante tomó su tiempo para firmar mi taquilla y la de otras dos personas que se acercaron a él con los ojos mojados de admiración. Camino a casa sólo podía pensar en que estuve a punto de tener la firma de Fico y James Carter y terminé con la de un grandulón desconocido. Así aquel autógrafo quedó en el fondo de la gaveta donde guardaba mis tarjetas deportivas. Nunca hablé de ella, no la mostré orgulloso y francamente hasta hace poco ni la recordaba. Pero ahora, desde otra etapa en la asociación del hombre con el deporte, atesoro ese autógrafo como el más preciado de mi colección. Si algún día lo quieres ver, encontrarás ese autógrafo muy bien guardado, junto al de Tito, al de Alomar y al de Barkley. Junto a mi foto con Magic y mi gorra de Santurce. Y cuando mi hijo crezca y me pregunte de quién es esa firma, responderé orgulloso “de Ramón Ramos, un gran hombre.”
Hace un poquito más de 10 años me encontraba en mi etapa de “empresario” y recuerdo que dejaba el pellejo buscando el autógrafo más cool. De esa época guardo mi gorra de Santurce firmada por Juan “Igor” González y Hector “Porky” Villanueva, tarjetas firmadas por Igor, Sierra, Baerga, bolas firmada por Javy López, el equipo nacional cubano de los 90 (dónde militaban El Duque Hernández y José Contreras), taquillas de eventos boxísticos firmadas por Tito Trinidad, una bandera de Puerto Rico firmada por Daniel Santos, y las firmas más atesoradas como la de Charles Barkley, Magic Johnson y Roberto Alomar (mi atleta favorito de todos los tiempos). Sin embargo ninguna de estas firmas es tan valiosa como aquella que conseguí en un juego de exhibición de los 12 magníficos. De entre una multitud de chamaquitos, mi padre me haló por el cuello de la camisa y me dijo: Ven, te tengo un autógrafo. Emocionado pensé que papi había logrado acceso a un lugar donde los grandes jugadores firmarían mi boleto. Sin embargo llegué hasta donde un hombre, alto, algo lento y de un torpe caminar. Alrededor de él varios “viejeagers” le saludaban mientras el gigante sólo sonría. Algo insolente pregunté decepcionado, “¿quién es este?”, a lo que mi padre sólo respondió “un gran hombre.” Aunque las personas a su alrededor querían sacarlo rápidamente del Coliseo Roberto Clemente, el gigante tomó su tiempo para firmar mi taquilla y la de otras dos personas que se acercaron a él con los ojos mojados de admiración. Camino a casa sólo podía pensar en que estuve a punto de tener la firma de Fico y James Carter y terminé con la de un grandulón desconocido. Así aquel autógrafo quedó en el fondo de la gaveta donde guardaba mis tarjetas deportivas. Nunca hablé de ella, no la mostré orgulloso y francamente hasta hace poco ni la recordaba. Pero ahora, desde otra etapa en la asociación del hombre con el deporte, atesoro ese autógrafo como el más preciado de mi colección. Si algún día lo quieres ver, encontrarás ese autógrafo muy bien guardado, junto al de Tito, al de Alomar y al de Barkley. Junto a mi foto con Magic y mi gorra de Santurce. Y cuando mi hijo crezca y me pregunte de quién es esa firma, responderé orgulloso “de Ramón Ramos, un gran hombre.”
1 Comments:
Anibal, me encanta la narración, pero al igual que tu en aquella época, desconozco quién es Ramón Ramos.
Ahora mismo lo estoy buscando en Google para ilustrarme...
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